Gracias por correr aquella noche en La Romareda, aún habiendo pedido el cambio por lesión, para marcar tu gol 323. Gracias por llorar en la despedida y hacernos sentir que nadie podrá nunca reemplazar tus goles, que quedarán por siempre en la historia del Real Madrid. Gracias por besarte el anillo, señalarte el siete y callar bocas.
Y sobre todo, gracias por no cansarte de marcar a pesar de estar lejos. Por seguir señalándote el siete con el Schalke 04 y continuar con tu particular e incansable suma y sigue en el Al Sadd.
He celebrado muchos goles en mi vida, ninguno comparable con los tuyos. He gritado más fuerte que nunca los goles en el Santiago Bernabéu al saber que fuiste tú el último en tocar el balón antes de que cruzara la portería. He estallado ante la televisión viéndote marcar como un minero más y sigo apretando los dientes frente al ordenador para no llorar cada vez que haces un gol en Qatar.
Desde que tengo uso de razón vivo con tus goles. Y de verdad, gracias por dejar tantos, tantísimos, a tus espaldas. El desaparecido y entrañable Manolo Preciado dijo una vez: "A Raúl lo valoraremos cuando se retire, cuando te pongas a ver su historia y empieces a ver goles a las nueve de la mañana y acabes un mes después" y prometo hacerlo. Algún día. Cuando tus goles sean pasado. Porque nunca me cansaré de recordarlos.
Pero siguen siendo presente. Y por eso te vuelvo a dar las gracias. La semana que viene puede caer otro rulogol más y eso me hace inmensamente feliz. Lo espero a kilómetros de distancia, con ilusión. Con la misma ilusión que hoy recuerdo el primero que marcaste en Primera División. Hoy hace 18 años. ¿Te he dado ya las gracias? Gracias Raúl. Por este y por todos.